Mientras más me acercaba a la nada, tenía la sensación de acercarme más, acercarme mucho más a la respuesta. Sin duda nos faltan pasos por dar en el camino, pero ahora vemos la esperanza de ver un cambio al final. El ansia de caminar a prisa no es por ver el final, si no por ver algo nuevo en él, el cambio que tanto hemos esperado, y quizás nunca hallamos experimentado. Atorados en el pasado, una carga continua que crece con cada erro hecho, una carga que no pierde peso y sólo crece con nuestro arrepentimiento, en el camino mientras más avanzamos nuestros tropiezos nos dañan despacio, y el deseo de llegar al final nos impide tomar un descanso para reposar y confortarnos, y sin mirar atrás seguimos, ignorando las heridas, siendo que éstas empeoran y sin darnos cuenta terminamos con las piernas rotas… y tras exhaustos pasos terminamos en el suelo, sin la posibilidad de continuar hasta sanar tendidos e imposibilitados, por suerte o por una eventualidad queremos seguir. Y sin tras perder tiempo al seguir nos arrepentimos del tropiezo, y caminando despacio vamos para evitar otro, mientras más tropiezos, más y más despacio. Pero es cuando hay algo nuevo, otro camino, no se sabe si llega a nuestra meta, pero a veces sus tramos parecen ir a la misma dirección de nuestro camino. Es en ese momento cuando debemos decidir, si dejar el nuestro y probar, de ignorar tropiezos y ver si en este no caemos más, y quizás ante un amanecer a lo lejos, el nuevo comienzo sea más iluminado y claro, ¿y por qué no? caminar en él sea más fructífero, y con el tiempo, con la posibilidad de volver al viejo sendero, para alcanzar una vieja meta, una vieja meta que podría ser alcanzada más fácilmente, sin ignorar claro, la otra meta que el nuevo sendero nos brindó.
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